Maicol & Yosefin. Razonablemente costumbristas.

El tiempo no era lo suficientemente bueno como para hacer nada en el exterior. De todos es sabido que cuando Maicol no tiene mucho que rascar, le da por pensar y eso siempre es peligroso.

-"Marcho a hacer unas cosas, cariño", comentó al aire, sabiéndose inquieto y con una tarde por delante para utilizar su imaginación.

Yosefin siempre que escucha esas terribles palabras se teme lo peor. Se ha visto en tesituras como tener que organizar mudanzas que nunca se llegaron a producir, tener que calmar los ánimos emprendedores irrealizables de Maicol y un enorme etcétera de nunca acabar. Por eso Yosefin, si bien temerosa, se encontraba por decirlo de alguna manera, dentro de su zona de confort.

Mientras Maicol subía las escaleras, se le abrían un montón de posibilidades delante de su vida. Al fin y al cabo, ir al baño con el móvil, no deja de ser una ventana al mundo a día de hoy. "Dichoso internet", pensó él, como si de un troglodita se tratase, pero este hombre de las cavernas moderno se había adaptado perfectamente a las nuevas tecnologías. Siempre prefirió el bolígrafo y la libreta pero aún así sabía navegar por la red.

Y ahí estaba él, mirando fotos de otros tíos, no sabía muy bien por qué. Internet es así. Unas cosas te llevan a otras y sin duda que todo resultaba un poco extraño pero cuando comenzó a lavarse los dientes se fijó en su barba. Una barba cerrada y ya veterana. Las canas hacía tiempo que ya habían asomado y si bien no eran protagonistas absolutas, ya eran evidentes. No llegaban a ser ese toque atractivo de zorro plateado pero le daban un aire muy pintón. 

Aire que a Yosefin le gustaba. Y ella no era alguien que se quedara dentro de sí sus puntos de vista. Siempre le dijo a Maicol que su barba le gustaba. Que las perillas le parecían mal, por no hablar de los bigotes y rediós si Maicol no fue en lo primero en que pensó nada más ponerse delante del espejo. Solos él, unas tijeras y una cuchilla de afeitar.

"Un pedazo de bigote, joder. ¡Sí señor!". Esa voz alocada que tantas veces había tomado el control de su vida. Pero no sabía muy bien si las canas de zorro plateado ejercían de contrapeso en esas ideas suyas o qué, pero algo le decía que no sería la mejor de las ideas eso del bigotazo. 

No obstante, la idea de dar un respiro a la piel de su cara ya se había introducido en esa cabeza llena de ideas. Buenas o malas eso ya es otro cantar. "¿Y una perilla bien poblada? ¿Qué puede salir mal?", pensó nuestro razonablemente joven protagonista, como hacía poco le había descrito un médico..."razonablemente joven, dice el hijo de perra"...

Se comenzó a peinar la barba por última vez, al menos por una temporada, y algo le reconcomió en lo más profundo del alma a Yosefin. "¿Qué estará haciendo el tío este? Lleva ya un rato sin dar guerra", pensó la también razonablemente joven Yosefin. Se reincorporó después de llevar un rato tirada en el sofá y comenzó a investigar los pasos de Maicol.

La escoba y el recogedor junto a la puerta del baño podían indicar varias cosas, pero una mata de pelos acotaba mucho la investigación. No los contó uno a uno pero la barba de Maicol, que él llevaba varios años luciendo, orgulloso, tenía mucho volumen capilar. Un buen saneamiento sí que tenía pinta de haberse hecho pero en ningún caso pensó, la razonablemente inocente Yosefin, que el razonablemente descerebrado Maicol podía haber llegado a cortarse la barba y sustituirla por una perilla bien poblada.

-"¿¡Pero y ese matojo!?", dijo ella con un tono entre burlón y perplejo. 

-"¿A qué te refieres por matojo? ¡Mola mucho mi perilla, Yosefin!", dijo él, muy entusiasta.

-"Si yo un día decidiese raparme la cabeza al cero, al menos te informaría de mis planes", comentó, resignada, Yosefin. Resignada como siempre que le da por pensar barroquismos al bueno de Maicol.

Y así fue como el razonablemente joven y barbudo Maicol se dejó una perilla para nada aprobada por la razonablemente joven y resignada Yosefin.

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